Sé que estás ahí,
guardián infranqueable,
eterno protector
de las sombras
y sus lúgubres alarmas.
Es sombrío tu abrazo,
silencioso;
es casi eterna la sensación
de tu alada presencia.
¿Y tus labios?
¡Son fríos!
y no quiero sentirlos.
Aún recuerdo,
del miedo que infundes,
su primer beso:
cómo sellaba mis labios
asfixiando cada intento
por escapar de su boca;
la perversa caricia
de tu aliento en mi cuello;
el vuelo incipiente
que maltrataba el latido
justo en el centro del pecho.
Sé que provocas mis ojos
en cada sitio
donde lo oscuro se exhibe,
pero intento evitar
que descubras mi audacia
y castigues su juicio
con tu invisible silueta.
Así que apuro los pasos
con una prisa fingida;
y lanzo falsos conjuros
hacia la noche y sus fauces.
Pero nada te impide
que le contagies lo helado
de tantos miles de inviernos
a esta frágil coraza.
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