
Pudo más el nervio,
su incontrolable fibra silente,
que dejó solo óxido y ardor
como consuelos;
esquirlas de carne indefensa,
desorientadas
y decrépitas,
mendigando el absurdo placer
en la terquedad de los castigos.
Pudo más el impulso ilógico
al dolor de las ruinas;
a la delicia áspera,
amarga,
que se aferraba a los desgarros.
Pudo mucho más el nervio,
que conquistó como un bárbaro
la cúspide de sus dedos.